Uno de los síntomas más claros del denominado "giro a la felicidad" que viene dándose desde la última década es la defensa de la felicidad como un criterio de desarrollo social y de intervención política de primer orden. Quienes lo defienden suelen hacerlo sobre la base de dos asunciones cuestionables principales: 1) que la felicidad es (y debe ser) una de las metas principales y más importantes que cualquier persona y sociedad aspira a conseguir, y 2) que la felicididad es algo medible, clasificable y objetivable y, por tanto, comparable. Un buen ejemplo de ello son los conocidos "rankings de felicidad" que diversas instituciones, con la colaboración de científicos y otros expertos en felicidad, elaboran anualmente para clasificar a los países. El objetivo es que tales datos sirvan para evaluar la calidad y el impacto de determinadas políticas con el fin de cambiarlas y de modificarlas en caso de que no funcionasen como se espera o se promete. En la práctica, sin embargo, estos rankings no suelen traducirse en políticas o intervenciones concretas de ningún tipo. ¿Por qué?
Figura de cera de Jeremy Bentham expuesta en el University College de Londres
Por supuesto, la idea de utilizar la felicidad como criterio principal para guiar las decisiones políticas está muy lejos de ser nueva. Los utilitaristas como Jeremy Bentham ya lo habían planteado en el s.XVIII. De hecho, existen muy pocas diferencias entre los viejos y los nuevos planteamientos al respecto. Y aquí es donde reside uno de los principales escollos: la resurreción del utilitarismo a principios del s.XXI ha resucitado también sus viejos problemas, sin que se haya sido capaz de resolver ninguno de ellos. El objetivo aquí es, por tanto, compilar y explicar brevemente cuales son estos (viejos y nuevos) problemas éticos, filosóficos y técnicos, todos ellos difícilmente resolubles y cada uno de los cuales parece llevarnos de forma irremediable a un callejón sin salida. Empecemos.
1. El problema de la habituación.
Una de las asunciones que rodea al fenómeno de la felicidad es que, a pesar de que mejoren o empeoren las circunstancias, la gente tiende a volver a sus niveles base de felicidad en el corto plazo. Son bien conocidos aquellos ejemplos de personas que experimentan altos niveles de felicidad tras haberles tocado la lotería pero que vuelven a su estado previo tras poco tiempo. Cabe recordar que estos estudios se basan más en casos aislados que en datos propiamente dichos, pues hay tantos casos de estos como de personas que, tras tocarles la lotería, son mucho más felices de lo que lo habían sido nunca antes. Pero imaginemos que, tal y como asumen los expertos, esto es realmente así. De serlo, la pregunta que se plantea entonces es: ¿para qué hacer nada? Desde este punto de vista, un granjero pobre podría perfectamente ser más feliz que una millonaria, pero de no serlo, poco se podría hacer para mejorar la felicidad del primero o de nada habría que preocuparse porque la segunda perdiera su fortuna, ya que ambos volverían a ser igualmente felices o infelices tras un corto periodo de tiempo.
2. El problema de la equidad.
Imaginemos ahora lo contrario: que podría mejorarse indefinidamente la felicidad interviniendo políticamente en las circunstancias de cada persona. Pongamos entonces el caso de dos personas, A y B, para ilustrar el problema. Resulta que A necesitaría sólo 100€ más al mes para ser mucho más feliz de lo que es ahora, mientras que B necesitaría 1000€ para experimentar el mismo aumento de felicidad que A. Traducido a cuestiones políticas, esto supondría dar a B 10 veces más dinero que a A por el mismo aumento de felicidad, lo cual supondría agravios comparativos, además de suponer dilemas éticos y legales que convendría discutir. El mismo problema lo tendríamos si no se hiciera discriminación alguna y se decidiera dar 500€ a ambos, lo cual sería justo en términos políticos, pero no éticos, pues se estaría beneficiando más a A que a B con la misma cantidad.
3. El problema de la proporcionalidad.
En relación con lo anterior, otro problema reside en cómo interpretar las diferencias entre las distintas puntuaciones de felicidad, pues, ante puntuaciones dispares, no hay forma de saber si la diferencia entre una puntuación de 7 y de 8 en una escala de felicidad es la misma que existe entre un 2 y 3 o entre un 9 y un 10. ¿Es igual la mejora que se da cuando se pasa de un 4 a un 7 que la que se da cuando se pasa de un 7 a un 10? Sobre esto, no hay conclusión alguna. El problema se agrava más cuando, en vez de plantearlo en términos abstractos, pensamos en personas, grupos sociales o países concretos. Por ejemplo, ¿una pérdida de 2 puntos de felicidad sería más grave en el caso de un guatemalteco que en el caso de un finlandés, o el caso de un granjero pobre que en el de una millonaria?
4. El problema de la definición.
Es posible hacer el problema anterior todavía más grande si tenemos en cuenta que es difícil saber qué estamos midiendo cuando medimos la felicidad. Sin duda, sabemos que diferentes culturas tienen diferentes formas de entenderla. Y lo mismo ocurre para diferentes países, diferentes grupos sociales y diferentes personas. Hay muchas y muy variadas formas de entender la felicidad, como muestran numerosos estudios, por lo que es realmente complicado saber qué es exactamente lo que cada persona puntúa cuando responde a un cuestionario de felicidad. Es altamente probable que, incluso igualando por factores culturales, sociales y demográficos, dos personas que repondan con un 7 a un cuestionario de felicidad estén repondiendo cosas muy distintas e incluso inconmensurables. Comparar las puntuaciones con ciertas garantías es, por tanto, una tarea no poco complicada. Por supuesto, hay aspectos metodológicos a tener en cuenta para reducir este problema, aunque no para evitarlo (pero eso sería ya materia de otro post).
5. El problema de la subjetividad-objetividad.
También en relación con el problema anterior, tampoco es fácil saber a qué y a cuántos aspectos hace referencia la persona para valorar la puntuación que declara en una escala de felicidad. Puede que la misma contemple factores objetivos (nivel de ingresos, estabilidad, tipo de trabajo, estado civil, calidad del vecindario, tamaño de la vivienda...), factores subjetivos (autoestima, autenticidad, nivel de desarrollo personal...) o ambos. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que la persona responde de forma subjetiva, sea cual sea el tipo de factor que contemple. El problema aquí, por tanto, reside en cómo elaborar conclusiones objetivas o, para el caso, intervenciones políticas concretas, a partir de valoraciones subjetivas.
6. El problema de los falsos positivos.
Además del problema anterior sobre cómo establecer conocimiento objetivo sobre la base de un estado puramente subjetivo, se plantea otro igual de importante aún: cómo juzgarlo. Si las intervenciones políticas se decidieran en términos de los niveles de felicidad de cada cual, como plantean los expertos y científicos en el tema, bien podría darse el caso de que algunas personas se aprovecharan de la situación y "fingieran" ser menos felices de lo que son, con el único objetivo de obtener mayores beneficios que el resto. Al fin y al cabo, si la felicidad es un sentimiento o un juicio personal e intransferible, ¿cómo podría ponerse en duda que esa persona no es, en realidad, tan feliz como dice serlo? No hay manera de distinguir un falso positivo de uno verdadero porque no existe algo así como el polígrafo de la felicidad (como tampoco el de la mentira, claro). Esto, a su vez, nos vuelve a llevar al problema anterior: si la felicidad es un juicio puramente subjetivo, personal e intransferible, ¿cómo entonces hacer ciencia de ello si ni siquiera podemos establecer criterios para separar los verdaderos casos de los falsos?
7. El problema del individualismo moral.
Tampoco está resuelto uno de los problemas morales que subyacen a la clarificación y subsecuente aplicación política de la felicidad. Podríamos denominarlo el problema del individualismo moral y atañe al principio utilitarista básico de concebir la felicidad general de una sociedad como el conjunto de los placeres o satisfacciones individuales. Desde esta perspectiva, deberíamos entonces asumir, por ejemplo, que si a alguien le hiciera feliz el hecho de abusar de otro o comer helado de vainilla, el abuso o el helado de vainilla serían ambos aspectos que, de un modo u otro, contribuirían a la felicidad del resto, lo cual no parece razonable. Como señalara John Stuart Mill en su crítica a Bentham, no todos los placeres tienen, ni deben tener, el mismo estatuto moral. De lo contrario, corremos además el riesgo de justificar que si al mentiroso le hace feliz mentir, pues que mienta; si al ladrón le hace feliz robar, pues que robe; si al estafador le hace feliz estafar, pues que lo haga, y así sucesivamente.
8. El problema de la incompatibilidad.
Otro problema importante y relacionado con el anterior reside en el hecho de que, muy frecuentemente, lo que hace felices a algunos es, precisamente, aquello que hace infelices al resto. En la búsqueda de la felicidad individual surgen incompatibilidades con lás búsquedas de otros. Por ejemplo, es muy probable que lo que hace feliz a una empresa sea, precisamente, lo que hace infelices a los trabajadores, y viceversa, o que lo que haga felices a los conservadores les reporte una enorme insatisfacción a los progresistas, y viceversa. Y lo mismo ocurre con los países. El problema no se resuelve con la "solución" utilitarista; a saber, que se decida hacer aquello que haga feliz a la mayoría, pues podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿por qué la felicidad de la mayoría debería valer más que la de la minoría? Sería difícil argumentar que la mayoría siempre lleva la razón. También sería problemático aceptar que haya una gran parte de la población que no sólo no se beneficiaría de determinadas propuestas en términos de felicidad, sino que, muy probablemente, reduciría su bienestar.
9. El problema de la temporalidad.
Es más, ¿cómo sabemos que lo que la mayoría decide ahora para aumentar su felicidad seguirá haciéndoles felices dentro de unos días, de unos meses o de unos años? Esta pregunta hace referencia al problema de la temporalidad. Es frecuente que aquello que nos hace felices a corto plazo sea precisamente aquello que nos hará infelices a medio o largo plazo. Por ejemplo, a alguien puede reportarle felicidad beber cantidades ingentes de alcohol o abandonar los estudios lo antes posible, pero eso mismo puede provocar, a medio y largo plazo, mayores problemas de salud o menos oportunidades laborales, lo cual redundaría a su vez en una menor felicidad. En definitiva, nuestras condiciones de vida, gustos y preferencias cambian, y lo que hacemos ahora para ser más felices podría pasarnos factura más adelante. Y lo mismo ocurre al contrario: lo que ahora nos hace infelices puede ser aquello que nos reporte un mayor bienestar en el futuro.
10. El problema de la imposición.
Tomar decisiones políticas en base a la felicidad supondría apoyarse también en conocimiento experto sobre el tema. En principio, esto no supondría un grave problema si no fuese por dos aspectos principales. El primero es que el consenso científico en torno a la felicidad es, por así decirlo, bajo: el conocimiento al respecto a día de hoy es ambiguo, inconcluyente, parcial y siempre sujeto a la discusión entre marcos teóricos enfrentados y frecuentemente incompatibles entre sí. Aplicar intervenciones políticas de cara a mejorar la felicidad supondría elegir uno de estos marcos, por lo que no habría garantía alguna de que la decisión tomada estuviese siendo la correcta o más imparcial. En este sentido, se correría el riesgo de imponer determinadas asunciones, conceptos y valores sobre personas o grupos de personas con otros muy diferentes y que no estarían en absoluto de acuerdo con ellos. La segunda es que la aplicación de ciertos "hallazgos" científicos sobre la felicidad, en el remoto caso de que fuesen "objetivos", podría dar lugar a políticas, cuando menos, retorcidas. Por ejemplo, imaginemos que tenemos datos sobre que las personas casadas, heterosexuales y católicas son más felices que el resto. ¿Deberían las instituciones promover que la gente se casara, fuese heterosexual y se hiciese católica? No. Claro que no. Pero entonces, ¿hasta qué punto tendría legitimidad el conocimiento sobre la felicidad en el caso de que fuese objetivo? ¿Cuál sería el límite?
11. El problema de la cortina de humo.
El uso de la felicidad como "termómetro afectivo" para medir lo bien o mal que funcionan determinadas políticas bien podría utilizarse como una "excusa" para quitar hierro, blanquear o desviar la atención de otros problemas políticos también de primer orden. Por ejemplo, un país que incurra frecuentemente en abusos de los derechos humanos, que tenga altos niveles de pobreza, suicidio y desigualdad social, y que apenas invierta dinero en materia de bienestar social, bien podría aducir que tan mal no lo estará haciendo cuando sus ciudadanos muestran niveles de felicidad por encima de la media comparado con otros países. Es el caso, por ejemplo, de Emiratos Árabes Unidos, cuyo puesto número 25 en el ranking mundial sirve de excusa a algunos de sus representantes para sacar pecho sobre sus políticas y quitar hierro a lo demás. Algo parecido hicieron David Cameron y Nicolas Sarkozy en 2008 con la crisis económica, que ante los recortes históricos en materia de inversión social, adujeron que lo importante no era centrarse en los aspectos materiales sino en los emocionales y que, si la felicidad de la gente no se había visto significativamente mermada, como mostraban sus propios datos, no había motivo para la alarma.
Estos son algunos de los problemas clásicos y actuales que presenta la aplicación política de la felicidad. Hay más, pero sin duda estos que he presentado aquí engloban el grueso de los interrogantes más farragosos que la felicidad lleva arrastrando varios siglos en su relación con la política.
Referencias principales
Cabanas, E., & Illouz, E. (2019). Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controla nuestras vidas. Barcelona: Paidós. Link.
McMahon, D. M. (2006). Happiness: A history. New York: Grove Press. Link.
Renz, T. (2021). Development policy based on happiness? A review of concepts, ideas and pitfalls (No. 75). https://www.econstor.eu/handle/10419/234601.
White, N. (2006). A Brief History of Happiness. Oxford: Blackwell Publishing. Link.
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